10 de diciembre de 2007

'La sanación'

No voy a venir con sermones similares a los que dejó alguna vez un supuesto Mesías, no en lo que respecta al perdón, por lo menos. Si bien perdonar no es lo mismo que olvidar, de alguna manera, ambos conceptos tienen una relación directamente proporcional, puesto que el olvido al cual se hace alusión no es de tipo amnésico -ni mágico, ni repentino-, sino que se refiere más que nada al acto de borrar, de eliminar paulatinamente la marca que queda tras haber sido herido.

El proceso de cicatrización de por sí es complejo, el agravio se hace latente todo el tiempo, y con más saña cuando recién empieza a cubrirse todo ese dolor con una leve capa de consuelo; en el momento en que eso ocurre, la llaga se abre y comienza a supurar, insoslayablemente. Digo insoslayablemente, ya que no existe sanación sin secreción, sea de rabia, de pena, de rencor, sí... de rencor, ¿por qué no?.

Y puede pasar no sólo una vez, y puede curarse no en una semana, sino en meses, quizás años, quizás nunca, o incluso, puede que todo cese y pase indavertido en nuestras existencias... Todo es posible, todo es relativo.

Sobre todo cuando es en materia de amores. Porque el amor no es cosa que suela desmerecerse, ni siquiera cuando se presenta la tendencia a adoptar la postura de Mengo(1), la cual obliga a asimilar que aquel sentimiento sublime no existe más que hacia uno mismo, ya que probablemente, algo de razón tiene. Al desengañarnos, el amor propio es el que se desintegra, al principio, por ser 'una/o' la dolida/o y no el/la otro/a, luego por haber elegido mal la persona, y así, un sinfín de introspecciones cargadas de culpa, para luego pasar al 'pugna amoris'.

Una vez ya experimentada la catarsis, viene el sosiego, la calma suficiente como para decidir qué hacer con la vida. Los más desesperados optan por el desprendimiento, lo más orgullosos por la venganza, los optimistas lo ven como un obstáculo más que hay que superar, y las personas como nosotros, terminan deseándolo todo y haciendo nada, encomendando todos los males al tiempo.

Es una posición bastante cómoda e incierta, pero una vez que se vislumbran pequeños haces de concordia con el pasado, se siente que la idea de dejar que los acontecimientos maduren sin intervenciones era lo correcto, porque además de llevarse a cabo la sanación, no queda vestigio alguno de remordimientos.

Al fin y a la postre, el desdén pasa a ser la actitud más acertada. Nada de purulencias viscerales.




















(1) Personaje de la obra célebre de Lope de vega, 'Fuenteovejuna'.