Sobre la identidad en masa.

Mierda, he escuchado a tantas personas manifestar su rechazo al sufrimiento sólo por el hecho de ser masivo. Es como la moda a la inversa. Si tengo la vestimenta más original de mundo, si experimento sensaciones únicas, si consumo la droga más exótica, si escucho agrupaciones musicales cien porciento independientes, o sencillamente, si soy capaz de hacer cosas que nadie podría realizar jamás en su vida, entonces me puedo considerar un ser verdaderamente especial.

Ese es el pensamiento de la sociedad autómata del siglo XXI: la búsqueda frenética de identidad tras la anulación como ser humano, el lograr amarse a sí mismo por poseer una personalidad aparentemente divergente a la del resto, el intento fallido por huir de la banalidad. Pero por más que se radicalicen estos deseos, al fin y a la postre no se consigue sino dar vueltas circularmente dentro del mismo lodazal de infamia y estulticia.

Esa paranoia ante la posiblidad de ver sus «atributos» en otro, solamente refleja la intención exacerbada de escapar de lo canónico, cayendo en algo mucho más sórdido y deleznable: La falsa aspiración a la autenticidad, o en términos menos eufemísticos, la hipocresía pura. Pues cuando se nace con una naturaleza determinada, es imposible erradicar lo esencial de ella, sólo porque «existe más gente así».