Del destino.

Segismundo logró torcer el destino que le deparaba un futuro funesto y hostil a su existencia, transformando la ignominia sempiterna que las estrellas habían presagiado para su inerme espíritu, en virtud... Aparentemente.
¿Es posible luchar contra el destino? Para poder responder a esta interrogante, es menester conocer todo, o gran parte de lo que entraña la concepción semántica de tal expresión dentro de una postura metafísica. Denominamos destino a aquella fuerza inefable que determina acontecimientos sin que éstos puedan ser soslayados o enfrentados por un individuo o una colectividad, vale decir, lo que está escrito para la vida humana.
Existen posturas divergentes respecto a este condicionamiento absoluto, puesto que algunos sostienen que es el mismo ser humano quien forja su existencia de acuerdo a sus propios actos y la conciencia de las posibles consecuencias, mientras que otros asimilan cada suceso como una cláusula más de un tratado ya fijado desde mucho antes de nacer. Sin embargo, ninguno de los postulados son del todo comprobables, pues estamos tratando con asuntos abstractos, netamente místicos y/o filosóficos y no resolubles por el deificado método científico.
A decir verdad, y asumiento mi parecer como un pensamiento símil al de los poetas de la Grecia Clásica, del barroco y del romanticismo, tomo el destino como una situación que podría aplicarse a la realidad humana, siendo ésta ineludible en lo referente a la sucesión de actos y circunstancias en la cotidianidad, ya sea dentro de un marco social o espiritual. Si bien este modo de analizar el porvenir implica cierto grado de resignación, y a su vez, la involución del desarrollo del pensamiento, también ofrece una revisión alternativa a ciertas teorías cuyo sustento es la libertad. ¿De qué manera? Otorgando el contraste entre ambas ideas que las sitúan dentro de una misma posición, ambas como concepciones abstractas, inasibles, no comprobables, y que, quiérase o no, se valen de la fe.
Volviendo al tema de Segismundo, la obra de Calderón de la Barca deja en el lector la sensación de la supremacía de la racionalidad por sobre el destino, mas sin dar luces de lo que podría haber acontecido después, por lo que no existiría total certeza de ello. Dejando el beneficio de la duda, supongamos que en realidad Segismundo llegó a ser buen gobernante, pero que tras un período de tiempo y bajo ciertas eventualidades se vio atrapado nuevamente por sentimientos avasalladores, ominosos e irascibles que lo llevaron a desertar de su cargo, o finalmente, a ser ejecutado por actitudes impropias de un paladín de la virtud. En este caso no sólo operaría el destino, sino además la naturaleza humana y el devenir.
Devenir se entiende, según palabras de Deleuze, como un paso de vida que atraviesa lo vivible y lo vivido que se puede retroalimentar con la noción de destino a través de la idea de naturaleza humana. Devenir no es la evolución por etapas para la concreción de éste, sino una de sus variantes, al igual que de la libertad. La naturaleza humana, en tanto, compromete inmutabilidad al ser un constructo inherente en el individuo y no un producto de la inserción de patrones culturales en el plano extrínseco de este mismo. Pese a la oposición etimológica en cuanto a la estaticidad o variabilidad en los tres conceptos, éstos pueden aunarse gracias a la presencia de un marco contextual y a la interdependencia que se genera de manera tácita, porque el devenir para llegar a su condición de tal, debe valerse de la esencia. El ser no deviene sino en sí mismo.
Dadas las condiciones que establecen la equidad de bases para considerar la validez del destino y la libertad, ¿por qué se sigue creyendo la noción del primero como una cimentación arcaica y refutable? ¿Por qué la libertad no puede serlo acaso?



Continuará en un segundo apartado si es que se me para la raja.