8 de mayo de 2012

¡A pito de qué?

Estoy cursando la penúltima asignatura teórica que me queda (como que ya era hora, ¿no?) y es, a estas alturas, en que me cuestiono si realmente quiero ser profesora. Cuando postulé a la universidad, siempre tuve claro qué carrera iba a seguir, dado que la malla de Pedagogía en Castellano en la Ubb me había... "cautivado". Mi motivación no era sacar un título profesional, de hecho lo veía bastante lejano; todo lo que quería era aprender.

Empecé a leer literatura en tercero medio y aún no formaba un criterio para juzgar una obra desde la estructura, al mismo tiempo en que empecé a sentir curiosidad por todo lo que entraña la lengua materna en relación con las otras, su génesis y evolución, etecé (y blablablabla); el punto es que sabía que por mi cuenta no podría llegar a conocer todo eso, ya que, por más que tuviese voluntad para hacerlo, carecía de una base epistemológica.

Los primeros años fueron realmente buenos, en el sentido académico, claro está. Sin embargo, en tercero ya empecé a dar luces de mi aversión hacia la pedagogía como disciplina, y una muestra de ello fue haber descartado en primer lugar el ramo de Currículo y Evaluación cuando pasé por aquella crisis existencialamorosarománticashutitesca. ¿Por qué Currículo y no Literatura Romántico - realista o Análisis del Discurso? Pues porque quería aprender, incluso, aquello me salvó la vida de cierta manera.

Por otro lado...

Nunca me ha parecido todo eso de la planificación, para mí, si bien puede servir como una herramienta de organización, es una soberana mentira. La enseñanza - aprendizaje se produce en un "aquí" y un "ahora" y no a través de un documento que manifiesta una intención educativa sobre la base de una mixtura absurda de enfoques. Bien, eso es lo que reafirmo en este momento, luego de haber tenido (vaya construcción gramaticalizada) que hacer un diseño de clase.

¿Por dónde se comienza? Por especificar el Aprendizaje Esperado, las Actividades Claves y el Contenido. Luego se divide la clase en "inicio", "desarrollo" y "cierre", aplicando las secuencias didácticas; en el inicio hay que "activar los conocimientos previos" y ahí empezamos con problemas. Se supone que uno, como docente, debe relacionar la materia que va a pasar con la experiencia personal del estudiante para que éste pueda abrir su cabecilla para integrar un nuevo conocimiento, ¿y cómo se consigue eso? Motivándolo, es decir, generando una instancia de diálogo que "active", valga la redundancia, lo que éste ya conoce y lo vincule lo que se va a pasar para que se produzca un "Aprendizaje Significativo".

Hasta ahí todo relativamente bien, el punto es... ¿de qué mierda sirve toda esa chaya hipócrita y pseudo constructivista, si a la hora de los quiubos lo que interesa es el puto NEM para ingresar a la universidad? Eso es lo primero. Lo segundo, es que en tanto en el inicio de la clase como en el desarrollo y el cierre hay que seguir religiosamente una serie de procedimientos, la famosilla "secuencia didáctica", de la manera más... ¿lúdica? ¿dinámica? ¿estimulante? posible. Ah, también hay que servirles té con quequitos y bailar el pachi pachi para incentivarlos. Supongo que tanta complacencia es alguna especie de expiación anticipada para el futuro esplendor que les espera.

Tanto cinismo, tanta parafernalia, tanto trabajo minucioso, ¿para qué? Francamente no imagino mi vida como profesora, no de esa forma. Así que tengo algunas opciones: desertar (a estas alturas ya es casi irrisorio), adaptarme, seguir estudiando y dedicarme a la investigación, estudiar japonés e irme a Japón (no me digas) como asistente de español o, finalmente, caer en depresión y autocompadecerme como lo he hecho siempre. Elija usted por mí.


Nótese que tengo descartado el suicidio, eso es un gran logro. YUPI