29 de agosto de 2007

«Carpe diem quam minimum credula postero»

Me acordé de una relación que inicié el verano pasado. Ambos dispusimos en muy buenos términos que viviríamos el presente, que no esperaríamos nada del otro, ni mucho menos del romance en sí. Él solía decirme «carpe diem» (yo podría haberle dicho «curá no vale», pero no hubiese sonado tan docto como su expresión en latín), frente a aquella aserción, sencillamente atinaba a darle la razón, no por un afán de complacencia, sino más bien porque era algo que también me convenía.
Y a decir verdad, no hay nada en el mundo que aprecie más que la libertad de vivir el momento sin estar aferrada a un porvenir. Es cierto, todos tenemos aspiraciones y proyectos, pero ello no implica que haya que hipotecar el presente para llegar a concretarlos, lo cual, tampoco quiere decir que abogue por la inmediatez, por la automatización del ser humano, por desprenderse de ciertos cuestionamientos trascendentales en la existencia, sino a todo lo contrario... ¿Se entiende?



Se dice que Horacio en una de sus odas, acuñó el término «carpe diem» como un aliciente a disfrutar el día...


Carminum I, 11 («Carpe diem»)

No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.