18 de noviembre de 2007

El séptimo sello, Ingmar Bergman.



—Quiero confesarme y no sé qué decir. Mi corazón está vacío. El vacío es como un espejo puesto delante de mi rostro. Me veo a mí mismo y al contemplarlo, siento un profundo desprecio de mi ser. Por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas, me he alejado de la sociedad en que viví. Ahora habito un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías y ensueños…
—Y a pesar de todo, no quieres morir.
—Sí, quiero.
—Entonces, ¿A qué esperas?
—Deseo saber qué hay después.
—Buscas garantías…
—Llámalo como quieras…
¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con nuestros sentidos? ¿Por qué se nos esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y de milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismos, ¿Cómo vamos a fiarnos de los creyentes? ¿Qué va a ser de nosotros, los que creemos creer y no podemos? ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mi ser? ¿Por qué me acompaña humilde y sufrido, a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón? ¿Por qué sigue siendo, a pesar de todo, una realidad que se burla de mí, y de la cual no me puedo liberar? ¿Me oyes?
—Te oigo.
—Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro hacia mí, y me hable.
—Él… No habla.
—Clamo a él en las tinieblas, y desde las tinieblas nadie contesta mis clamores.
—Tal vez no haya nadie.
—Pero entonces la vida perdería todo su sentido. Nadie puede vivir mirando a la muerte y sabiendo que camina hacia la nada.
—La mayor parte de los hombres no piensa ni en la muerte, ni en la nada.
—Pero un día llegan al borde de la vida y tienen que enfrentarse a las tinieblas.
—Sí… Y cuando llegan…
—¡Calla! Sé lo que vas a decir… Que nos hace crear el miedo una imagen salvadora, y esa imagen es lo que llamamos Dios.
—¿Te estás preocupando?
—Hoy ha venido a buscarme la muerte. Estamos jugando una partida de ajedrez, es una prórroga que me da la oportunidad de hacer algo importante.
—¿Qué piensas hacer?
—He gastado mi vida en diversiones, viajes, charlas sin sentido. Mi vida ha sido un continuo absurdo… Creo que me arrepiento. Fui un necio. En esta hora siento amargura por el tiempo perdido, aunque sé que la vida de casi todos los hombres corre por los mismos cauces… Por eso quiero emplear, esta prórroga en una acción única, que me de la paz.
—Por eso juegas al ajedrez con la muerte...
—Emplea una táctica muy hábil… Pero todavía no he perdido ni una sola de mis piezas.
—¿Y supones que podrás engañar a la muerte con tu juego?
—Gracias a una combinación de alfiles y caballos que aún no me ha descubierto. Una jugada más y le arrebataré la reina.
—Lo tendré en cuenta…