7 de enero de 2008

La arroba ¿un símbolo no sexista de género?


La palabra arroba ha experimentado innumerables cambios semánticos con el paso de los años: lejos ya de referirse a las medidas de peso y de capacidad de antaño, hoy en día la arroba (@) es un símbolo de actualidad y progreso por su vinculación con las nuevas tecnologías y, en concreto, con Internet y las direcciones de correo electrónico. Su uso en contextos informáticos se debe a que en inglés el símbolo se denomina at, como la preposición at que significa ‘en’; de esta manera se indica en qué dominio está hospedada una dirección de correo electrónico. Sin embargo, pocos saben que el origen del signo es mucho más antiguo y hay diferentes teorías al respecto. Según una de ellas, ya lo utilizaban los monjes de la Edad Media como acortamiento de la preposición latina ad -que significa ‘a’, ‘hacia’- debido a la ligadura entre las dos letras que se producía al escribirla a mano. Volviendo a nuestros días, este signo se ha extendido tanto que ha sobrepasado las fronteras cibernéticas y ha adquirido nombres populares, más descriptivos, como ensaimada por el parecido con la forma acaracolada del dulce mallorquín.

Los hablantes son conscientes de sus nuevas connotaciones y han introducido este símbolo en la lengua escrita, sobre todo en contextos informales, para conferirle un toque de modernidad. Quizá también porque el afán de conseguir un lenguaje no sexista ha impregnado muchas esferas de la sociedad, la arroba se utiliza cada vez más en la flexión de sustantivos, adjetivos, determinantes y pronombres como recurso gráfico para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina, ya que su trazo sugiere a la vez las vocales a y o. Así pues, ya no es extraño toparnos con frases del tipo «¿Cómo te relacionas con tu hij@?», «Busco conocer chic@s para formar un grupo de buena gente» o «[...] contribuye a reconocer un derecho constitucional para tod@s [...]», que incluyen los dos géneros y consiguen evitar pesadas expresiones como hijo o hija. Por tanto, la función de la arroba sería doble: se trataría de un caso de economía lingüística mezclado con un intento de ser políticamente correctos. No obstante, la solución no está exenta de problemas, tanto por lo que se refiere a las cuestiones de tipo práctico como a la normativa.

Por una parte, la nueva grafía -que si hace fortuna tal vez se consolide en el abecedario de las nuevas generaciones y aparezca en los diccionarios entre la a y la b- por el momento no tiene correspondencia fónica, por lo que este uso es imposible en la lengua oral. A ello hay que añadir los problemas derivados de las diferencias ortográficas entre la forma femenina y la masculina de algunos pares (como el/la), que dificultan enormemente la utilización de la arroba. Es evidente que el o la niñ@ no es una solución adecuada o que, como mínimo, una expresión así llamaría la atención por su incoherencia; cosa de la que, por otra parte, ya se ha percatado la Real Academia Española, que en el Diccionario panhispánico de dudas además considera inadmisible el uso de la arroba con estos fines puesto que no es un signo lingüístico (véase la acepción de género).

Como ven, pues, la controversia está servida: en todo caso, nuestro consejo es evitar el uso de la arroba en los contextos más formales y académicos. Pero, otra vez más, los hablantes tienen la palabra para decidir la vida lingüística de este signo.



Por María Gené Gil, Observatorio de Neología de la Universidad Pompeu Fabra
Publicado en Donde dice..., el boletín de la Fundación de Español Urgente (Fundéu)