Si no hubiéramos tolerado las artes ni ideado este tipo de culto de lo no verdadero, el conocimiento de la no verdad y mentira universales que nos proporciona hoy la ciencia -el reconocimiento de la ilusión y el error como condiciones de la existencia cognoscitiva y sensible- no sería en absoluto soportable. Las consecuencias de la honradez serían la náusea y el suicidio. Sin embargo, nuestra honestidad tiene una fuerza de signo contrario que nos ayuda a eludir tales consecuencias: el arte entendido como la buena voluntad de la apariencia. No siempre impedimos a nuestro ojo redondear debidamente, crear formas poéticamente definidas: y entonces no es ya el eterno inacabado lo que transportamos al flujo del devenir; porque pensamos transportar una diosa, y nos sentimos orgullosos y como niños en este servicio que le rendimos. En cuanto fenómeno estético, nos es aún soportable la existencia y mediante el arte se nos conceden el ojo, la mano y sobre todo la buena conciencia de poder hacer por nosotros mismos semejante fenómeno. ¡Debemos de vez en cuando, descansar del peso de nosotros mismos, volviendo la mirada allá abajo, sobre nosotros, riendo y llorando sobre nosotros mismos desde una distancia de artistas: debemos descubrir al héroe y también al juglar que se oculta en nuestra pasión de conocimiento; debemos, alguna vez, alegrarnos de nuestra locura para poder estar contentos de nuestra sabiduría! Y justamente porque en última instancia somos graves y serios y más bien pesos que hombre, no hay nada que nos haga tanto bien como la gorra del granujilla: la necesitamos para nosotros mismos -todo arte arrogante, vacilante, danzante, burlesco, infantil y bienaventurado nos es necesario para no perder esa libertad sobre las cosas que nuestro ideal nos exige. Sería para nosotros una recaída dar precisamente con nuestra susceptible honestidad en el mismo centro de la moral y por amor de exigencias más que severas, puestas en este punto en nosotros mismos, volvernos también nosotros monstruos y espantajos de virtud. ¡Debemos estar por encima incluso de la moral: y no sólo estarnos ahí arriba empalados, con la angustiosa rigidez de quien teme a cada momento resbalar y caer, sino, además, flotar y jugar sobre ella! ¿Cómo podríamos, por ello, prescindir del arte, incluso del juglar? ¡Mientras continuéis experimentando de algún modo vergüenza de vosotros mismos, no estaréis entre nosotros!
De «La Gaya ciencia», Friedrich Nietzsche.
Grandiosa reflexión.
ResponderEliminarNo tengo nada que añadir, tu misma lo dijiste todo.
A veces pienso quelos niños son los auténticos artistas de este mundo. Ojalá fueramos capaces de conservar alguna de esas cualidades que vamos perdiendo según "maduramos".
Un saludo.