El dandismo es una manera de la rebeldía. Es la personalización (en artista) de una rebelión contra lo que se entiende por Bien en una sociedad determinada. Es la aceptación del Mal. Y así el dandi -para quien el atuendo significa disidencia- busca el resplandor como signo último, como grito armonioso antes de la muerte, ya que el dandismo es una decadencia. El dandi, pues, es frívolo y es desdichado; está volcado a la estética porque vive para la construcción artística de su personaje, hace de la estética la máscara veneciana de su desafío. Es, además, egocéntrico, impasible e impertinente. Egocéntrico, porque entregado a ese sutil arte de sí mismo, los demás son el pretexto del espejo. Impasible, porque eso le distancia y le desclasa, marca su rebeldía. De la impasibilidad nada puede esperarse, y al impasible nada le alcanza. E impertinente que postula siempre un canon de arte, esto es, donde la violencia debe estar velada, porque la impertinencia así es un arma: defiende de los ataques (del odio que la grey siente por lo singular) y marca la diferencia. Aparta, de nuevo. Y un dandi se quiere distante porque se sabe solo.
Luis Antonio de Villena