La tarde, el ruido de la noche que rasga los vestidos,
el sonido soñoliento, la madrugada que se acerca,
el tren que dobla la colina, las viejas ruedas, el cansancio,
la tarde o la noche (es lo mismo),
y la inmensa, distanciada noche de un mutilado.
Todo termina, todo se acaba
y empieza aquí, y vuelve
a empezar, y no termina nunca:
porque todo termina o empieza
en un abrazo que falta,
en una mano que no existe,
en unos dedos que jamás podrán acariciar otros dedos,
en un aire que ocupa un brazo:
y en una mirada que penetra, monstruosamente abierta,
la noche del tren, el ruido de la noche,
ese abrazo que falta (que miro faltar frente al que tengo)
bajo la inmensa, desoladora distancia de todo lo perdido.
MIGUEL ARTECHE