7 de abril de 2011

Las consecuencias del bullying

O matonaje escolar, como prefiero llamarle. Toco este tema a través del blog por una razón bastante particular: hoy fui presa de la intolerancia de mis compañeros de universidad, quienes al no compartir la idea que yo planteaba, se me abalanzaron con reproches... una me gritó en la cara.

Lo peor de la situación es que son personas que estudian pedagogía, cuyo deber es el de evitar este tipo de conductas en el aula. Además de ello, es un grupo que se jacta de su tolerancia y apertura de mente, pseudo izquierdosos que participan en todas las manifestaciones de la u.

Como sea, el punto es que cosas como éstas son las que desencadenan eventos trágicos como lo de Virginia Tech y Columbine. Obviamente yo no lo haría, pues no pasaría mis días en la cárcel ni mucho menos me suicidaría por una manga de estultos que se creen profesores.


Algunos casos:

1987

Nathan Ferris, de 12 años, era un estudiante destacado en Missouri, pero todo el mundo se burlaba de él por su sobrepeso. Trajo una pistola al colegio y cuando un estudiante se burló de él, le mató. Había advertido a algunos compañeros de sus planes, pero no le hicieron caso.


1996

Barry Loukaitis, un estudiante de instituto de Moses Lake, Washington, entró un día en su clase de álgebra con un rifle escondido bajo su abrigo. Apuntó a un compañero sentado cerca de la puerta y apretó el gatillo. En los siguientes 15 minutos, disparó a otros dos alumnos y al profesor. Sólo uno de ellos sobrevivió. Según los estudiantes y profesores, Barry había sido víctima de continuas burlas por parte de sus compañeros. Los otros alumnos le describían como una persona tímida, solitaria, y que tenía muy pocos amigos. Decían que las burlas eran porque tenía los pies muy grandes, era desgarbado, muy "empollón" y llevaba ropa del oeste.


1997

Luke Woodham, de 16 años, sufría el acoso y las burlas de sus compañeros en Pearl, Mississipi. Cuando su novia le dejó, entró en cólera. Apuñaló a su madre la mañana del 1 de octubre, y se llevó al colegio un rifle y una pistola. Mató a su ex novia y a otra chica. Y no paró ahí. Hirió a otros siete alumnos antes de quedarse sin municiones. Volvió al coche a por más, y fue detenido por el subdirector. Woodham explicó que el mundo había sido injusto con él, que no podía aguantar más. «Maté porque la gente como yo es maltratada cada día», dijo. «He hecho esto para mostrar a la sociedad: abusad de nosotros y contestaremos». En el juicio, declaró que había sido poseído por los demonios que eran manipulados por un miembro de su grupo.


1999

Eric David Harris, de 18, y Dylan Bennet Klebold, de 17 años, eran alumnos senior del instituto Columbine, en Jefferson County, Colorado, Estados Unidos, y fueron autores de una masacre que acabó con la vida de 12 alumnos y un profesor. Estaban obsesionados por los videojuegos violentos y por las técnicas paramilitares. Pasaron un año recopilando armas semiautomáticas y bombas caseras para perpetrar un crimen que nunca se olvidaría. Sus compañeros solían burlarse de ellos porque vestían unos largos abrigos negros. Decidieron acabar con su vida, pero antes matar a cuantos más alumnos mejor y volar la escuela.

El día antes del ataque, enviaron un aviso a la policía local en el que declaraban que se habían vengado ya de aquellos que les ridiculizaban. Culpaban a los maestros y a los padres por convertir a los niños en ovejas intolerantes, y después anunciaban su propio suicidio. A las 11:30 del 20 de abril entraron a la escuela corriendo y gritando. Escondían armas y bombas bajo sus abrigos. Cuando llegaron a la biblioteca, mataron al mayor número de personas. La policía contó 34 heridos. Quince personas murieron en el ataque, incluidos ellos mismos.

Según el diario de Harris, lo habían planeado todo meticulosamente durante más de un año. La masacre de Columbine no acabó ahí. La madre de una de las víctimas entró en una tienda de armas y se pegó un tiro en la cabeza. Y un chaval de 17 años acabó en la cárcel después de amenazar con «acabar el trabajo». De hecho, se oyeron propuestas semejantes que obligaron a cerrar institutos de varios estados.

Muchos niños llamaban con amenazas de bomba, vestían abrigos negros y escribían en Internet para alabar lo que Klebold y Harris habían hecho. Ocurrieron varios incidentes en los que niños de 13 o 14 años aparecían con armas en sus colegios amenazando con repetir la masacre de Columbine. Después, pasó un año de tranquilidad. Pero, en febrero de 2001, arrestaron a tres estudiantes, admiradores de Harris y Klebold, que planeaban un ataque a su instituto. En sus casas, se encontró material para hacer bombas, planos de la escuela, municiones, rifles,... También tenían abrigos negros.

El ataque de Columbine no estaba pensado en principio como unos disparos, sino como un estallido de bombas a gran escala. Si no les hubiese salido mal el cableado de los temporizadores, las bombas de propano que pusieron en la cafetería podrían haber matado a 600 personas, según Dave Cullen, que prepara un libro sobre los asesinos de Columbine.


2007

Una vez más, el acoso escolar parece haber sido el detonante de otra masacre. Cho Seung Hui apenas abría la boca en clase, pero cuando lo hizo sus compañeros de clase se rieron de él y le dijeron: «Vuelve a China». El pasado 16 de abril, unos días antes del 8º aniversario de la masacre de Columbine, Cho mató a 32 personas, incluido él mismo, de su Universidad, Virginia Tech. Entre las dos primeras víctimas y los restantes 30 transcurrieron dos horas, en las que se entretuvo en enviar un vídeo a la cadena de televisión americana NBC. En ese vídeo, Cho se refiere a Klebold y Harris, los autores de la masacre de Columbine, como dos "mártires". Dice a la cámara: Me arriconásteis y sólo me de dísteis una opción. La decisión fue vuestra. Ahora tenéis sangre en vuestras manos que jamás se podrá limpiar [You forced me into a corner and gave me only one option. The decision was yours. Now you have blood on your hands that will never wash off]. Cho se equiparó a Jesucristo: «para inspirar a generaciones de personas débiles e indefensas.

En las últimas semanas, especialistas de todos los ámbitos tratan de encontrar una explicación a la actuación de este joven, que llegó con su familia a Estados Unidos desde Corea del Sur a los ocho años. Pero es imposible hacer el diagnóstico de un cadáver.

Tanto su familia, como sus compañeros de habitación, de clase, o sus profesores han admitido que necesitaba ayuda y han reconocido que había sido acosado y que, según sus escritos, estaba enfadado. Algunos alumnos habían dejado de ir a clase porque les hacía sentir incómodos. Jessie Klein, profesora de sociología y criminología de la Adelphi University, escribe: «La respuesta general no fue ayudar a Cho a mejorar sus relaciones con otras personas, ni hubo esfuerzos para resolver problemas más importantes en su comunidad que, como en las escuelas a lo largo de Estados Unidos, mantienen e incluso estimulan la cultura del acoso».