Faúndez nació en 1998, en un comercial de telefonía móvil. Se presentaba como el primer chileno de clase media en tener celular. Creció en el mercado junto al Calling Party Pay y la democratización de los planes tarifarios, convirtiéndose, entre otras cosas, en sepulturero del celular de palo. Faúndez representó para sociólogos, analistas y líderes de opinión de la época, un personaje inefable, el chileno medio que creía y quería participar en el sistema de libre mercado, ya que confiaba en el esfuerzo individual. Faúndez fue mucho más que un gásfiter: se convirtió en el guaripola de los llamados emergentes, los mismos que a fines del siglo pasado casi logran llevar a Lavín al sillón presidencial.
Siempre he creído que el fenómeno Faúndez cayó tan bien porque contaba una muy buena noticia: todos querían tener celular y desde ese momento ya se podía. Además fue una de las primeras veces que aparecía en un comercial de televisión gente de verdad, gente común y corriente y que más encima era capaz de ganarle a un grupo de aspiracionales ejecutivos. Debo reconocer que cuando pienso en el personaje Faúndez, y al recordar los años que trabajé haciendo sus guiones, me siento un poco como el doctor Víctor Frankenstein, por haber creado, sin pretender hacerlo en un principio, un verdadero monstruo mediático.