Para abordar el fenómeno del consumismo y su impacto en la sociedad por
medio de la institución de la Familia, es necesario realizar la distinción
entre los términos “consumo” y “consumismo”. Se entiende por consumo la acción
de gastar productos de diverso tipo con el propósito de generar bienestar y
satisfacer las necesidades inmediatas del ser humano; su contraparte, el
consumismo, es en concreto el consumo excesivo de bienes y servicios que no son
necesarios para la subsistencia y se caracterizan por su desechabilidad.
Es posible detectar tres tipos de factores que inciden en el consumismo:
el de estatus, el de la masificación y el de lo afectivo, relacionados todos
con el contexto sociocultural, los medios de producción y las formas de
persuasión establecidas, principalmente, por los Medios de Comunicación. Los
Medios de Comunicación son los agentes encargados de contribuir en forma activa
a la construcción de normas de comportamiento, saberes y subjetividades, por lo
que su influencia en el consumo desmedido de las masas es innegable. Estos son
el soporte ideal para la publicidad y el marketing, los cuales son creadores de
necesidades y deseos.
Quienes se sitúan en la cúpula dominante de la sociedad tienen por
objeto mantener el discurso hegemónico gracias a la producción y reproducción
de imaginarios sociales. Los intereses del capitalismo están enfocados en la
legitimación de la sociedad de consumo, de modo que estarán en la permanente
búsqueda de nuevos mecanismos para involucrarse en la vida de las personas,
perpetuar las relaciones de poder y ejercer control sobre ella. Algunos
teóricos han advertido el hecho de que la familia es el ámbito principal en el
que se juega la preeminencia del sistema de dominación existente, razón por la
que el “objeto – familia” constituye la plataforma idónea para penetrar y
modificar a nivel estructural su funcionalidad, la naturaleza de sus relaciones
y, esencialmente, el orden de sus prioridades.
Nuestro país fue escenario de aquel proceso entre las décadas de los ’70
y ’80, favorecido por la dictadura militar y la ejecución de reformas
económicas y sociales de la mano de los Chicago Boys, quienes implementaron una
política basada en el sistema de mercado y la descentralización del control de
la economía. Finalmente, ello se tradujo en la privatización la industria
nacional, la creación del sistema de AFP, financieras, la introducción de la
tarjeta de crédito y la aparición de multinacionales y/o empresas asociadas con
el retail.
Para justificar los cambios que se habían producido en el discurso
dominante, bastaba con la política disuasiva propia de una tiranía, sin
embargo, ante un eventual “cambio de gobierno”, se pensó en llevar a cabo
procedimientos que garantizaran la perpetuidad del sistema en el inconsciente
colectivo. Al apreciar los anuncios publicitarios de la época es posible notar
la construcción y reproducción de imaginarios sociales basados en la
adquisición de bienes y servicios como una manera de lograr estatus, ergo, una
posición en la sociedad. El impacto de la persuasión se acentuaba en la medida
en que se exaltaba la institución de la Familia a partir de la fórmula
“Padre-madre-hijos-casa-auto”.
Hoy en día, en pleno siglo XXI, el estereotipo de la Familia en las
publicidades de antaño sigue más vigente que nunca, a causa de la influencia
del uso de imaginarios sociales para promover, justificar y mantener los
discursos dominantes. Podemos inferir aquello en cuanto al orden de prioridades
de los individuos, ya que, en el actual contexto, pareciera ser de mayor
importancia el televisor con pantalla LED o poseer el Iphone 4s antes que los
libros, por dar un ejemplo. Es por eso que desprendemos en toda construcción y
socialización de las representaciones el discurso hegemónico es fundamental,
así como la elaboración social de representaciones de la realidad sólo se
concreta a partir de la comunicación humana.
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