11 de marzo de 2012

Guerras frías y calientes

Por Wilson Tapia

Los conceptos de guerra fría y guerra caliente parecían haber dejado de tener sentido por allá por 1989. Cuando cayó el muro de Berlín y los socialismos reales fueron sepultados bajo sus cascajos.


Incluso, Francis Fukuyama, un sociólogo y analista norteamericano de ascendencia japonesa, anunció el fin de las ideologías, saludando el triunfo del capitalismo por los siglos de los siglos. Después se desdijo, pero en el alma colectiva parecía haber quedado prendada aquella idea de que desapareciendo la contradicción entre comunismo y capitalismo, la paz sonreiría al mundo.

No ha sido así. El poder se sigue ejerciendo de manera omnímoda. La diferencia, tal vez, es que hoy el neoliberalismo campea sin contrapeso, en una globalización manipulada por Occidente. Pero como nada es eterno y nuestra civilización ha visto caer varios imperios, más vale prevenir.
Estados Unidos interviene casi sin contrapeso en cualquier parte del mundo. La última nación que soportó su poderío fue Libia. En aras de la democracia se impuso allí un nuevo sistema a sangre y fuego. Algo similar a lo que antes había ocurrido en Irak y Afganistán.

Ahora es Siria el lugar en que se han puesto los ojos. Un país estratégico para una zona en que se trata de mostrar que los problemas están marcados por el fanatismo religioso y político. Pero, realidad, tienen el color oscuro y el olor polucionante del petróleo. Y todo esto, obviamente, adobado por las tensiones milenarias de lo que hoy se llama Oriente Medio. Y, en ese contexto, Siria es apoyo importante para El Líbano, que continuamente ha soportado tanto los embates israelíes y como palestinos.

Está claro que hoy las guerras siguen siendo calientes. El eufemismo de guerra fría quedó sepultado por el neoliberalismo que reemplazó a las ideologías políticas por el pensamiento económico. Con el principal retador que tiene Occidente, que es China, se ha llegado a un acuerdo comercial que parece tranquilizar a todos. La lucha principal está centrada en el Medio Oriente. Pero esto es como preparar el escenario para la gran representación. Y eso requiere de una cuidada y sofisticada tramoya.

Hasta ahora, los oponentes de Israel han ido cayendo uno a uno. Y la importancia política de esa nación ha quedado de manifiesto nuevamente. En la lucha por la presidencia de los Estados Unidos, el presidente Barack Obama ha dejado en claro que su apoyo a Israel es irrestricto y bajo cualquier circunstancia. De no haber hecho esta aclaración, su reelección podía correr serio riesgo.

Por eso es que en estos días vemos los embates comunicacionales que se han desatado contra Siria. Puede que sea el próximo territorio que corra suerte similar a Libia. Y de allí, el paso siguiente sería Irán. La acusación contra los gobernantes de Teherán es que tratan de conseguir poderío nuclear para atacar con armas de esa naturaleza a Israel, su enemigo secular.


Antes de lanzarse abiertamente -militarmente- sobre Damasco y luego Teherán, seremos testigos de escandalosos testimonios de torturas, bestialidad y amenazas nucleares que parecerán pender sobre nuestras cabezas. Y como ocurre en cualquier pugna en que existe un poder considerable en juego, la comunicación estratégica se tornará verdaderamente estratégica. Chile está en la órbita de Occidente -y en la parte más obsecuente, como es América Latina y el Caribe- y la avalancha comunicacional que soportaremos -y ya soportamos- será considerable. Nos mostrará el mismo rostro del eje del mal: los contrincantes, supuesto o reales, de Washington y su cohorte europea. Y exhibirá un escenario en que los héroes de la libertad son masacrados, mientras las manos demoníacas ni siquiera sufren rasguños. Sin embargo, al final, el triunfo lo logran las golpeadas fuerzas libertarias que lucharon casi desarmadas.

Todo esto es virtual. Forma parte de la estrategia informativa que siempre ha pavimentado la intervención cruenta. Y la propaganda es tan apabullante, porque no el contrapeso es débil. Especialmente en nuestro país. Aquí los medios de comunicación están en manos de un solo sector. Es aquel que maneja desde el poder político hasta los clubes de fútbol. No en vano somos el laboratorio del neoliberalismo.

Es cierto, la guerra fría ha terminado. Aquella de mostrarse los dientes nucleares ya no existe. Pero hay que estar más alerta. Antes el subtexto de los mensajes se podía leer sin mucho esfuerzo. Hoy, hay que comprender que cuando el presidente francés, Nicolás Sarkozy, hace campaña para su reelección impulsando leyes que limitan la inmigración, es un adalid de la democracia. Y es una inmigración que mayoritariamente proviene de territorio que antes fueron sojuzgados por Francia.

Mientras se prepara el verdadero escenario para el enfrentamiento real, habrá que estar atentos. Y no quedarse con que porque lo dijo la TV es cierto. Los intereses que mueven al poder están en todas partes. Nosotros nos encontramos en un sector de influencia. Por lo tanto, tenemos que intentar lograr la certeza de una visión equilibrada. No es fácil, pero resulta indispensable.

La nueva guerra fría es la guerra comunicacional. Claro que siempre es preludio de la guerra caliente.