12 de marzo de 2012
UNA EPISTEME JUDEOCRISTIANA
La época en que vivimos no es, pues, atea. Tampoco parece poscristiana, o apenas. En cambio, sigue siendo cristiana, y mucho más de lo que parece. El nihilismo surge de las turbulencias producidas en la zona de pasaje entre el judeocristianismo todavía muy presente y el poscristianismo que despunta con modestia, ambos en un ambiente donde se entrecruzan la ausencia de los dioses, su presencia, proliferación, multiplicidad caprichosa y extravagancia. El cielo no está vacío, sino, por el contrario, lleno de divinidades fabricadas de un día para otro. La negatividad proviene del nihilismo propio de la coexistencia entre un judeocristianismo decadente y un poscristianismo aún en el limbo.
Mientras esperamos una era abiertamente atea, debemos tratar con una episteme judeocristiana imponente y tenerlo muy en cuenta. Sobre todo porque las instituciones y los secuaces que la han encarnado y
transmitido durante siglos ya no disponen de la exposición y visibilidad que los hacía identificables. La desaparición de la práctica religiosa, la aparente autonomía de la ética con respecto a la religión, la pretendida indiferencia con relación a las apelaciones papales, las iglesias vacías los domingos -aunque no para las bodas y menos aún para los entierros...-, la separación de la Iglesia y el Estado, todos esos signos dan la impresión de que vivimos en una época que se preocupa poco por la religión.
Cuidado... Quizá la desaparición aparente no oculta la presencia poderosa, eficaz y determinante del judeocristianismo. La disminución de la práctica no significa el retroceso de la creencia. Mejor dicho: la
correlación entre el fin de una y la desaparición de la otra es un error de interpretación. Incluso podemos pensar que el fin del monopolio de los profesionales de la religión sobre lo religioso ha liberado lo irracional y generado una profusión mayor de lo sagrado, de la religiosidad y de la sumisión generalizada a la sinrazón.
La retirada de las tropas judeocristianas no modifica en nada su poder y su dominio sobre los territorios conquistados, que mantienen y administran desde hace casi dos milenios. La tierra es una prueba y la geografía un testimonio de su antigua presencia y de su infusión ideológica, mental, conceptual y espiritual. Aun retirados, los conquistadores siguen estando presentes porque han conquistado los cuerpos, las almas, la carne y el espíritu de la mayoría. Su repliegue estratégico no significa el fin de su dominio efectivo. El
judeocristianismo deja tras de sí una episteme y un soporte sobre el cual se llevan a cabo todos los intercambios mentales y simbólicos. Sin el sacerdote o su sombra, sin el religioso o sus adulones, dos milenos de historia y dominación ideológica continúan sometiendo, forjando y formateando a los sujetos. De ahí la permanencia y actualidad de la lucha contra esa fuerza mucho más amenazadora por cuanto da la impresión de haber caducado. Desde luego, muchos no creen en la transubstanciación, la virginidad de María, la inmaculada concepción, la infalibilidad del Papa y otros dogmas de la Iglesia católica, apostólica y romana. ¿La presencia efectiva y no simbólica del cuerpo de Cristo en la hostia o en el cáliz? ¿La existencia del Infierno, del Paraíso o del Purgatorio con sus respectivas geografías y lógicas propias? ¿La realidad de un limbo donde languidece el alma de los niños muertos antes del bautismo? Ya nadie acepta esas tonterías, ni siquiera y sobre todo numerosos católicos fervientes que van a misa todos los domingos.
¿Dónde, pues, se halla el sustrato católico? ¿Dónde la episteme judeocristiana? En el concepto de que la materia, lo real y el mundo no agotan la totalidad. Algo queda fuera de las instancias explicativas dignas de ese nombre: fuerza, potencia, energía, determinismo, voluntad y querer. ¿Después de la muerte? No es posible que no haya nada; seguramente, algo hay... Para explicar lo que ocurre: ¿una serie de causas, enlaces racionales y deducibles? No del todo, algo desborda la serie lógica. El espectáculo del mundo: ¿absurdo,irracional, ilógico, monstruoso, insensato? No, sin duda. Algo debe existir que justifique, legitime y dé sentido... Si no...
La creencia en algo genera una superstición eficaz que explica que a falta de otra cosa el europeo se entregue a la religión dominante -la de su rey y su nodriza, escribe Descartes...- del país donde nació.
Montaigne afirma que somos cristianos como somos picardos o bretones. Y muchos individuos que se creen ateos profesan sin darse cuenta una ética, un pensamiento y una visión del mundo atravesada
de judeocristianismo. Entre la oración de un sacerdote sincero sobre la excelencia de Jesús y los elogios de Cristo que hizo el anarquista Kropotkin en La ética, buscamos en vano el abismo, aunque sea la grieta...
El ateísmo presupone renunciar a la trascendencia. Sin excepción. Del mismo modo obliga a superar las experiencias cristianas. Almenos, a inventariar y examinar libremente las virtudes presentadas como tales y los vicios afirmados en forma categórica. La revisión laica y filosófica de los valores de la Biblia y su conservación, por lo tanto su uso, no son suficientes para elaborar una ética poscristiana.
En la Religión en los límites de la razón, Kant propone una ética laica. Al leer este texto mayor para la constitución de una moral laica en la historia de Europa, descubrimos la formulación filosófica de un
inextinguible fondo judeocristiano. La revolución se observa en la forma, el estilo y el vocabulario, y es evidente con relación al aspecto y a las apariencias, es cierto, ¿pero cuál es la diferencia entre la ética
cristiana y la de Kant? Ninguna... La montaña kantiana ha parido un ratón cristiano.
¿Nos reímos de las palabras del Papa sobre la condena del preservativo? Pero aún nos casamos por la Iglesia, para complacer a la familia y a los suegros, afirman los hipócritas. ¿Sonreímos ante la lectura del Catecismo... si tenemos, al menos, la curiosidad de consultarlo? Pero el número de entierros civiles es ínfimo... ¿Nos burlamos de los curas y sus creencias? Pero recurrimos a ellos para las bendiciones, esas indulgencias modernas que reconcilian a los hipócritas de ambos bandos: los solicitantes transigen con sus
allegados y, a la vez, los celebrantes recuperan algunos clientes...
Michel Onfray, Tratado de ateología