16 de mayo de 2009

Papiroflexia

Estos días han estado cargados de emociones, pero ya no las sufro como antes. Ahora sé cómo asimilar los sentimientos que afloran con vehemencia y desaparecen cual rayo en descenso (parafraseando a Maupassant en su nota suicida).

La base de todo radica en la actitud que uno tenga frente a los acontecimientos, porque a decir verdad, las cosas no han cambiado demasiado para mí durante el último tiempo, no obstante, estoy experimentando algo así como un optimismo desbordante. Si bien no es malo, me asustan las sensaciones impetuosas, pues al fin y a la postre, siempre hay algo que termina mal.

Por el momento seguiré los consejos de Kierkegaard y dejaré de empujar la puerta de la felicidad.



toc, toc..




A todo esto, me ocurre una cuestión bastante extraña con el personaje de don Juan. El otro día, en clases de literatura romántico-realista, estábamos analizando un poema de Baudelaire y de inmediato asocié la imagen de este héroe disoluto con la de Gustavo Adolfo Bécquer... luego de un rato, me dije a mí misma (mishma): "si don Juan tuviese su apariencia, yo no dudaría en caer en sus brazos".


Y descubrí que mi amor platónico es este romántico tardío.


Él es una verdadera delicia