13 de septiembre de 2009

Absentia

A menudo utilizo el término "esplín" para caracterizar la abulia, la sensación de vacuidad y sinsentido que arremete por la espalda cuando se cree hallar algo de sosiego; aunque no solamente implica un vacío de muerte inacabada, sino que se acompaña por un reconfortante estado de melancolía. En el esplín se mezcla la añoranza de lo perdido o lo inasible, la nostalgia y la frustración. Es el apogeo de los sentimientos funestos que puede anidar el alma humana, como un desangramiento que no aniquila.

Ciertamente lo que me duele es la gente, aquella masa homogénea que vive en relación a convenciones que se amoldan a sus capacidades emocionales e intelectuales, que aceptan lo prescrito y logran aprehender la felicidad aun dentro de la jaula en que están insertos. En ocasiones, este padecimiento se extiende hacia las personas más cercanas a mí y es entonces cuando comienzo a desesperar.

En el fondo tengo plena conciencia de que el problema no es de los otros, que si bien dijera Sartre son el infierno. Mas en las tinieblas, todos los condenados danzan expectantes ante el porvenir de fuego y azufre, de sangre y cenizas.

Yo me resisto y ardo por mí misma.


¿Debo culpar al marasmo moral, al esperpento que he hecho de mí?